miércoles, 1 de enero de 2014

“Albert Camus, ese maldito”, de Teresa González Cortés

     

“Albert Camus, ese maldito”, de Teresa González Cortés en vozpopuli.com

OPINIÓN
Tenía miedo de romper sus zapatos cuando jugaba al fútbol. No es para menos, Camus siempre supo lo que era vivir en el seno de una familia que, carente de recursos económicos, había quedado rota por la ofensiva bélica (su padre de origen alsaciano murió en las trincheras de la Iª Guerra Mundial, en la batalla del Marne, cuando él no contaba con un año de edad). Educado entre su abuela y una madre analfabeta y casi sorda, él admiraba la enorme fortaleza de Catherine Sintes, una mujer “escandalosamente pobre”, como así la define la hija de Camus. Trabajadora incansable, Catherine Sintes limpiaba casas para sacar adelante a la familia. No obstante y a pesar de estas circunstancias, Albert Camus (1913-1960) conocería la dicha de la gratitud, la fortuna de la lucha y el gozo del optimismo en los lazos de la solidaridad. Y ante los esfuerzos colosales de su madre, admitió que sentía pertenecer “a un noble linaje”.
Cerca de los parias, de ellos aprendió la humildad y reivindicó la esperanza. Y no solo eso. Camus intentó no caer en los peligros de los artificios, en los riesgos de una inteligencia embustera. De ahí que él no deseara para su país “ninguna forma de grandeza, ni la de la sangre ni la de la mentira” porque, en su opinión, la grandeza era una invención que genera soberbia y fanatismo.
Una cosa más. Él no fue un intelectual complaciente con el poder ni un sabio alambicado, cosa que algunos le reprochan. Y es que, a diferencia de la mayoría, Camus buscó calmar su sed en las aguas de la duda saludable y lejos, igual que hizo el viejo Pirrón, de los desiertos de la intolerancia. Es más, por su compromiso con la verdad, se empeñó en retratar la carnalidad de la existencia yquiso en sus escritos periodísticos, novelísticos y… filosóficos dar testimonio sin censuras ni equívocos, de las desdichas, de los dolores, de la muerte de las personas reales. Quizá por eso, diría Camus, “no estoy hecho para la política porque soy incapaz de desear o de aceptar la muerte del adversario”.
Filósofo “maldito”
Desde la vida que reivindica la vida nacía su hondo antiescolasticismo. Y de la salvaguardia incondicional de la vida brotaba ese genial inconformismo ockhamista suyo que le conducía a refutar las ideologías de las avanzadillas. Y a escapar de la “hýbris”, de la desmedida de los Savonarolas de su época. Y si su actitud, analíticamente desconfiada y brutalmente lúcida, llegó a provocar ríos de incomprensión, de discrepancia entre sus contemporáneos, con su ensayo El hombre rebelde (1951) Camus sería convertido en un “extranjero”, en un filósofo incómodo, “maldito”, por haberse atrevido a desvelar las tiranías que esconde el nacionalismo.
Divergiendo de los intelectuales de referencia, Albert Camus (que había abandonado en 1937 el Partido Comunista francés justo cuando todo el mundo se afiliaba a él) no silenció la vergüenza del pacto germano-soviético. Tampoco los asesinatos que ejecutaban los líderes del marxismo-stalinismo. Y por exponer esta sumarísima verdad era expulsado, cual hereje, del  “Grupo de Saint Germain”, liderado por Sartre. Éste responde a su antiguo amigo en la revistaTemps Modernes (agosto de 1952, nº 82). Y en  su artículo Los comunistas y la paz argumenta a favor de la política de Stalin y declara, en clara alusión a Camus, que “un anticomunista es un perro”.  Recordemos que Sartre opinaba que “no hay que despertar a Billancourt”, frase con la que hacía hincapié en no facilitar a la clase obrera evidencias de los campos de concentración en la U.R.S.S.
Disidente, distante y distinto, a contracorriente, Albert Camus no queda atrapado en la falacia de perpetrar el mal para conseguir el bien. Y es que Camus tiene a su favor oponerse a las jaulas ideológicas de la filosofía y no acepta la incoherencia de pretender edificar una sociedad de ideales absolutos a partir del sufrimiento de mujeres y hombres. Esto explica por qué, en su antiplatonismo,critica con dureza implacable los grandes sistemas filosóficos de su época (existencialismo, marxismo, nazismo, fascismo, colonialismo…) y no tanto por el carácter inmutable que arrostran esas teorías a la hora de entender la Historia, que también, cuanto sobre todo porque en todas esas concepciones los individuos son transformados en marionetas y, por ende, sacrificados en el altar de las ideologías. Opuesto a los “ismos”, a Camus sólo le interesa el camino de la dignidad, no la artimaña de esconder y justificar las desdichas de los seres humanos bajo la tela de “conceptos-bandera”. 
Pensamiento de “encrucijada”
Camus es un hombre solidario, un pensador independiente, un filósofo de la frontera que desde su percepción del poder advirtió los abusos que se cometen en nombre de la Ley y la Justicia. Y tal es su “engagement” o su compromiso con el ser humano que, en la perspectiva de ese argelino francés por el que corría sangre española, la vida lo baña todo. Y él que había luchado en la “Resistencia” será quien pida clemencia por el escritor “colaboracionista” R. Brasillach, sentenciado a muerte en 1945.
Muchos destacan la luminosidad  incluso nietzscheana de su “pensée du midi” o de su exaltación a la vida mediterránea del “sur”. Yo de Camus prefiero rescatar ese pensamiento suyo de “encrucijada” arriesgado y prometeico que jamás se deja embriagar con las cumbres de la alta política ni enredar en los juegos dialécticos de la farsa filosófica.
Ni víctimas ni verdugos
Difícil de entender en un mundo arrastrado por la ilógica, Camus se enfrentó a la oscuridad del miedo, viniera del lado de donde vinera, y abogó, una vez estallado el conflicto colonial de Argelia (1954-1962), por la paz, por la prudencia, por el federalismo, por la  generosidad política de ambas partes, por la política de integración, por ayudar a conceder medidas de gracias a los argelinos condenados a muerte, por restablecer, en suma, la concordia ciudadana.
Sin tibiezas, y en desacuerdo con ambos bandos, reprendió el uso de la tortura, la instrumentalización del asesinato colectivo en las estrategias militares de Francia. Pero igualmente criticó la caída al absurdo de ciertos grupos argelinos que recurrían al terrorismo como puerta de salvación. Su postura rebelde, poco dada a los cajones de sastre, nunca fue grata: en Francia era considerado sospechosamente “africano”. En Argelia, su tierra de nacimiento, se le tipificaba “pied-noir”, francés residente en Argelia que encarna el espíritu colonial de los conquistadores. En ambos lados, Camus fue tachado de indiferente a la causa nacionalista.
Sin embargo, Camus cuya única posición fue la defensa de la vida se aleja de cualquier legitimación de la violencia. Y rehuyendo los lugares comunes de la discusión política rompió y destrozó los clichés al uso. Es más, como el célebre filósofo pacifista Pierre-Joseph Proudhon, no se dejó llevar por el derramamiento de sangre que conllevan las batallas ideológicas. De ahí que no encontrara justificación alguna a la guerra brutal ejercida por las fuerzas del Estado. De ahí, asimismo, que privara a las tácticas fascistas del F.L.N. de cualquier validez.
Contra la guerra
Incomprendido y difícil de comprender en un siglo, el siglo XX, lleno de guerras y odios causados por los nacionalismos, un 12 de diciembre de 1957 sus palabras levantarían polvareda en la Maison des étudiants de Estocolmo en el momento en que él, AlbertCamus, a raíz de la obtención del Premio Nobel de Literatura,responde tras ser preguntado por Argelia: “He condenado siempre el terror. Debo condenar también el terrorismo que se ejerce ciegamente en las calles de Argelia, por ejemplo, y que un día puede herir a mi madre o a mi familia. Creo en la justicia, pero yo defenderé a mi madre antes que a la justicia”.
Ya lo había señalado dos días antes durante su discurso de recepción del Premio Nobel: el rol del escritor  “por definición no puede ponerse hoy al servicio de los que hacen la historia: está al servicio de los que la sufren. [… ] Sean cuales sean nuestros defectos personales, la nobleza de nuestro oficio siempre echará raíces en dos compromisos difíciles de mantener: la negativa a mentir sobre lo que se sabe y la resistencia a la opresión”.

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