viernes, 30 de octubre de 2015

Teoría y práctica de la independencia, FÉLIX OVEJERO. El Pais

Teoría y práctica de la independencia

Mas nos tiene que contar en detalle cómo va a llegar a la independencia y su precio

El debate está abierto y, por supuesto, cabe abordar sus fundamentos. Algunos hemos dedicado libros a ello, pero, si me permiten una recomendación, busquen Secession, un clásico reciente escrito por un filósofo de procedencia marxista, Allen Buchanan. Su tesis es sencilla. El territorio político es un proindiviso, no una sociedad anónima. No es un contrato entre partes. Sevilla es tan mía como de un sevillano. O tan poco. Todo es de todos sin que nada sea de nadie en particular. Se decide en ese espacio jurídico, no se decide ese espacio. Mi propiedad es legítima porque existe previamente ese terreno común. Se vota dentro de las fronteras, no las fronteras. El “derecho” a la separación es, si acaso, derivado, respuesta a una violación sistemática de derechos básicos, como sucede con las colonias. La democracia resulta imposible si una minoría, en desacuerdo con las decisiones, amenaza con “marcharse con lo suyo”. Entonces la democracia rompe su vínculo con las decisiones justas y se convierte en un juego de amenazas. Lo podríamos llamar “el teorema de Marbella”: con una identidad compartida —que da el dinero— a prueba de carbono 14 y un “expolio fiscal” estratosférico, los marbellíes no pueden decidir que “se van con lo suyo”, porque, aunque dueños cada uno de su parcela, Marbella no es suya con independencia de una ley de todos y dentro de la cual cobra sentido hablar de mío y tuyo.
Publicidad
El primer paso es que Mas vaya a las elecciones con la independencia por bandera
Eso sobre los fundamentos, pero ahora estamos en otra cosa, en una respuesta política a la iniciativa del nacionalismo. Quien se cargó el pacto fiscal fue Mas. El pacto fiscal no es una alternativa a la independencia cuando se nos dice que es el camino a la independencia. Si no estamos en lo mismo, no cabe discutir sobre fiscalidad. Y si estamos en lo mismo, entonces, entre todos, como conciudadanos, no como pueblos, nos ocupamos de la justicia distributiva —no de la solidaridad, que no somos una ONG— atendiendo al principio —de la Constitución española, que no de la venezolana— de que “toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general”.
Es posible que, como respuesta política, en algún momento, debamos preguntar por la independencia. Una pregunta que por lo dicho, porque Cataluña, como territorio político, no es más mía que de Anasagasti —por mencionar a un manifestante del otro día en Barcelona—, debería hacerse a todos los españoles. De todos modos, quizá, en el orden de las cosas, haya que pasar por una consulta en Cataluña. Sobre eso, poco que añadir a lo escrito aquí mismo por Ruiz Soroa.
Pero ese sería el final de un largo recorrido. El primer paso es que Mas vaya a unas elecciones con la independencia por bandera. Sin subterfugios. Con la palabra exacta: independencia. Su guión es nuevo: sus votantes compraron una negociación y ahora les ofrece un drama. Es algo más que el truco fundante del nacionalismo: un conjunto de individuos (los nacionalistas) sostiene que otro conjunto de individuos (más numeroso) es una nación y que ellos son sus portavoces. Ahora nos dice que esos otros quieren irse de un país. Un mensaje que no admite presentaciones desdramatizadas. Mas nos tiene que contar en detalle cómo va a llegar a la independencia y su precio. Quizá los catalanes comiencen a reparar —los empresarios, ya avisan— que la fuente de sus problemas no es “Madrid”, sino sus dirigentes.
No solo Mas tiene que hablar. No está de más decirlo. Con frecuencia, ante las tesis nacionalistas, buena parte de nuestra clase política no pasa del “no estoy de acuerdo, pero las respeto”. Como si les preguntaran sobre el vegetarianismo. A nadie se le ocurriría responder lo mismo a cuenta del sexismo. Si uno está en contra de algo, lo que hace es combatirlo en buena ley democrática. Tampoco vale, ahora menos que nunca, esa actitud intimidada que lleva a tantos a no opinar sobre lo que pasa en otra parte de España. Personas capaces de manifestarse en contra de remotas injusticias se callan ante el temor de que les digan que “no se metan en nuestras cosas”. Se han de escuchar todas las voces, no ya porque seguimos hablando de redistribución de riqueza entre conciudadanos o de vetos que rompen la igualdad en el mercado de trabajo, sino porque se trata del marco político de todos. Y su ruptura tendrá consecuencias en la vida de todos.
El cuento de que todo seguirá como si tal cosa es una patraña más de los nacionalistas
Pero hay otras razones para que todos hablen. En esas elecciones votaremos los catalanes, pero antes de hacerlo nos importa saber qué estamos decidiendo, qué nos jugamos. Algo que no depende de nosotros. Y Mas no puede contestar a las preguntas importantes, que no son que si ejército o Barça, sino qué pasará con las empresas españolas, los mercados, las pensiones, los funcionarios del Estado, nuestros ahorros, la financiación de nuestras empresas y mil cosas más. Mas nos dirá que la vida sigue igual. Pero nos mentirá. Lo que pueda venir después de una separación no depende de sus fantasías. No se ve por qué quienes tanto nos malquieren, tras un desgarro de tal magnitud, van a estar deseando amistar en una confederación. El cuento de que todo seguirá como si tal cosa es una patraña más de los nacionalistas. Por ejemplo, cuando les preguntan por la Unión Europea. En esto, al menos, Pujol ha sido sincero. Estaremos fuera.
Esto se ha puesto serio y ya nada va a ser igual. Mas se ha metido en un fangal y si encalla, no puede pretender que, al final, todo sea como antes. Ya no cabe el equilibrismo. Es posible que los nacionalistas intenten una nueva pirueta, pero es cosa de todos —un debate nacional— recordarles que ellos han dibujado un dilema en el que no hay terceras vías ni marcha atrás. Que nadie se engañe, la situación actual no es resultado de ningún agravio, sino de una estrategia de muchos años con la independencia como chantaje latente. Sin tregua, porque, alimentada de su propio éxito, el resultado siempre era el mismo: tan ofendidos como antes y los demás preguntándonos qué habíamos hecho. Una meditada ingeniería social consentida por todos ha permitido levantar una sociedad de ficción. Así ha sido posible que aceptáramos delirios como que los catalanes no puedan escolarizarse (también) en su lengua mayoritaria y común. Ahora Mas ha dado por terminado el juego. Bien, le tomamos la palabra. A las elecciones sin ambigüedades. A sabiendas, eso sí, de que al día siguiente nada volverá a ser igual. Entre todos discutiremos esto y discutiremos todo. Desde el principio.
Félix Ovejero es profesor de la Universidad de Barcelona. Su último libro publicado es La trama estéril  (Montesinos)

jueves, 22 de octubre de 2015

Cataluña:mitos y emociones magnífico articulo de Laura Freixas

Buen argumentario:

Cataluña: mitos y emociones

El soberanismo ha conseguido activar una serie de estereotipos que suscitan adhesión


Estas elecciones son como enamorarse”, aseguraba en Twitter la escritora catalana Bel Olid refiriéndose al 27-S. “No sabes cómo acabará, pero ya te ha cambiado la vida”.

Unanimidad. Uno de los eslóganes centrales del procés es un sol poble.¿Afirmación o ideal? Si afirmación, es falsa: no votan lo mismo, ni mucho menos, el interior y la costa, hablantes de catalán y castellano, el campo y el cinturón industrial. Ante tales diferencias, ¿qué propone el soberanismo? ¿Respetarlas, dialogar?... No parece: como ideal, un sol poble apunta a una homogeneidad imaginaria en la que, de todas las identidades posibles (género, clase social, origen étnico…), solo hay una, la catalana, dotada de significado y de derechos.La definición es excelente. Igual que el amor romántico activa unos estereotipos que son falsos, pero cuyo atractivo emocional los hace irresistibles, también el soberanismo se sustenta en mitos consoladores y que suscitan adhesión. Básicamente, cuatro:
Continuidad. Es muy marcada en el soberanismo la idea de una continuidad histórica. Hay quien dice votar “por los muertos” de 1936-1939 o 1714; otros aseguran hacerlo por sus nietos, a los que llevan a la Diada envueltos en banderas… En realidad, ni los derrotados de 1714 ni la mayoría de los republicanos luchaban por la independencia de Cataluña, y en cuanto a las niñas y niños, ignoramos su voluntad política futura. Pero es tan tranquilizadora esa idea de una comunidad milenaria, impermeable a los avatares históricos, unida en el amor (la independencia, oí decir en una tertulia, “es como formar una nueva familia con gente que se quiere”), sin conflictos generacionales (ni de ningún tipo), respaldada por un presunto mandato de la Historia y con el plus de emotividad (tan fácil de confundir con legitimidad) que aportan “héroes” y “mártires”…, que no es extraño que despierte entusiasmo.
Superioridad. Cataluña “ha amado a pesar de no ser amada”, recibiendo a cambio “menosprecio”; pero es tan bondadosa que el despreciador “nos va a encontrar siempre con la mano tendida, ajenos a todo reproche”. Parece una fotonovela, pero es un artículo del president (A los españoles, EL PAÍS, 6-9-15). La visión de Cataluña como un pueblo superior y por eso mismo perseguido con saña ha calado a fondo estos últimos tiempos. Aparece en el artículo de Mas, que califica la sociedad catalana de “racional, productiva, libre, justa” (a diferencia, hay que sobreentender, del resto de España), o en la declaración de soberanía del Parlament, donde leemos que ya en el siglo XIII Cataluña defendía “la igualdad de oportunidades” (un portento: socialdemocracia en pleno feudalismo), y la remachan día a día innumerables columnistas con un mensaje simple y eficaz: nosotros somos dignos, valientes, pacíficos, demócratas, “estamos dando una lección al mundo”…; ellos (España, toda en el mismo saco) son autoritarios, cínicos, ladrones: “nos roban”, “nos maltratan”, “nos humillan”, “no nos quieren”, “solo quieren nuestro dinero”... Se divulga una versión de la Historia según la cual los catalanes nunca participaron, salvo como víctimas, en nada reprobable: guerras, franquismo, discriminación, explotación económica del prójimo…; no hubo ni hay otra cosa que “España contra Cataluña”.

El nuevo independentismo no teme a nada, y menos que nada a la cursilería
Ilusión. Desde el principio, este nuevo independentismo surgido en los últimos años se ha presentado como “de buen rollo”, “pacífico, festivo” y lleno de “ilusión”, despachando cualquier crítica como “campaña del miedo”. Ahora, esos soberanistas que como hemos visto no temen a nada, y menos que nada a la cursilería, hablan de “la revolución de las sonrisas”. Con una sonrisa, desobedecen las leyes que juraron cumplir y hacer cumplir; con una sonrisa, celebran su propia “victoria incontestable” en lo que según ellos era un plebiscito y en el que sus candidaturas sumaron menos del 48% de los votos; con una sonrisa, tildan al que tiene cualquier otro proyecto político de “mal catalán” y “traidor a la patria”; con una sonrisa acosan al disidente, le insultan, le amenazan.
El problema para quienes, desde la izquierda, nos oponemos a la secesión de Cataluña (porque pensamos que crea más problemas de los que resolvería y que es una cortina de humo para que sigan mandando, sin siquiera rendir cuentas, los de siempre), es que operamos solo con la razón, en un terreno de juego donde lo que cuenta y se maneja son mitos y emociones. Y como amargamente nos enseña la historia, la batalla de las emociones la gana fácilmente el patrioterismo.
Laura Freixas es escritora. Su último libro publicado es Una vida subterránea. Diario 1991-1994 (Errata Naturae).