No se la estima en lo que vale
de Francesc de Carreras
en
La Vanguardia
Apesar del continuo ruido mediático en contra, algunos
siguen hablando del éxito de la UE. Es el caso del conocido sociólogo Ulrich
Beck en su excelente librito Una Europa alemana (Paidós, 2012): “El éxito de la
Unión Europea es una de las razones de que no se la estime en lo que vale”.
Estoy de acuerdo, creo que tiene razón, es lo que está pasando.
Y añade Beck: “Muchas de sus conquistas parecen obviedades,
y probablemente sólo si dejaran de existir las percibiríamos. Imagínense que se
reintrodujeran los controles de pasaporte en las fronteras y aeropuertos; que
no hubiera en todas partes una legislación alimentaria fiable (…) que un
estudiante no pudiera aceptar un puesto de trabajo en Barcelona o Aviñón sin
superar grandes obstáculos burocráticos; que para viajar a París, Madrid o Roma
tuviéramos que cambiar de divisa y memorizar a cómo está el cambio. La ‘patria
Europa’ se ha convertido en una segunda naturaleza para nosotros, y quizás por
esta razón nos cuesta tan poco darla por perdida”.
Pero, a pesar de todo ello, también es cierto que en los
últimos años se ha ido deteriorando la confianza de la opinión pública europea
en las instituciones comunitarias. Según el Eurobarómetro, instituto oficial de
sondeos de la Comisión Europea, en el año 2007 el 65% de los españoles confiaba
en la UE y el 23% desconfiaba. En el 2012 se han invertido las proporciones:
sólo el 20% confía y el 72% desconfía. Índices parecidos son comunes tanto en
los países deudores como en los acreedores, tanto en el norte como en el sur.
Así pues, la UE es un éxito histórico, pero su actual situación es preocupante.
Y las medidas para salir de la actual crisis son, a mi modo de ver, y como
mínimo, insuficientes.
En efecto, son insuficientes porque se limitan a lo más
urgente, en especial a las cuestiones financieras y monetarias. Por ello los
protagonistas de estos últimos años son el Banco Central Europeo y los
distintos comisarios de las áreas económicas. No hay duda que la economía es un
elemento clave, quizás el elemento clave. Sin embargo, para remediar la
creciente desconfianza ciudadana no son suficientes las soluciones a los
problemas económicos, aunque estas soluciones sean las más adecuadas para
resolverlos. Falta otro elemento: la legitimidad democrática. Es decir, falta
que el ciudadano europeo sepa responder a esta pregunta: ¿quién es el
responsable último de las políticas europeas, quién elige a este responsable,
quién lo controla, cuál es mi relación con él, cómo puedo pedirle
explicaciones, cómo puedo contribuir a que dimita o a que lo destituyan?
Todas estas preguntas tienen respuesta, el gobierno de la
Unión es democrático, que quede esto claro. Pero a su vez también es claro que
la respuesta es compleja y oscura: identificar la legitimidad democrática y las
competencias del Parlamento, la Comisión, el presidente y el Consejo europeos
no es tarea fácil. Al final todo se simplifica diciendo que quien manda en
realidad es la señora Merkel, lo cual es como decir que en España manda el
Banco Santander. Algo de verdad hay en ello pero no es, ni mucho menos, la
verdad. Si lo fuera, no viviríamos en una democracia.
En cualquier caso, la reforma política no sólo es importante
sino también urgente: el ciudadano debe considerar como propias las
instituciones políticas para que así deposite en ellas su confianza, ahora tan
debilitada. Con todas las imperfecciones que se quiera, el modelo para resolver
este problema ya está inventado: una forma de gobierno semejante a la de los
estados democráticos occidentales, sea la parlamentaria o la presidencial. Aquí
se abre, indudablemente, un debate, en el que hoy no podemos entrar, sobre la
conveniencia de una u otra forma de gobierno. Pero, en todo caso, es necesario
que el ciudadano europeo pueda elegir un presidente de la UE al que pueda pedir
responsabilidades por las actuaciones políticas de la Unión.
Lo sucedido en Chipre es una señal de alerta. ¿Quién tomó la
decisión del corralito para el pequeño ahorrador? Ni se sabe, se van pasando
las culpas los unos a los otros. No es de extrañar que aumente la desconfianza
y, volviendo al principio, que a la Unión Europea no se la estime en lo que
vale.