Bandera de la 1ª República española |
Bandera de la "ª República Española |
Pensar que los problemas de este país innombrable, en sectores importantes de la población, pueden solucionarse cambiando el cambio de sistema de estado, me parece con poco fundamentadoy con un gran ejercicio de mitificación.
La energía que se necesita y los daños colaterales que provocan un cambio de régimen son enormes y difícilmente cuantificable.
Por lo tanto , no estoy dispuesto a desviar mis fuerzas, enfocadas en la lucha contra la corrupción y conseguir una sociedad justa , equitativa y con libertades políticas, en un cambio de sistema de gobierno.
Con la república de 1931 me quedo con la ilusión de millones de ciudadanos de conseguir una sociedad justa y entiendo la decepción de tantos grandes republicanos, Besteiro, Azaña, Ortega, Juan Ramón Jimenez etc. por la deriva del régimen republicano.
He leído tres libros recientemente que me han echo repensar en aquella época Uno de Clara Campoamor, "La revolución Española vista por una republicana" libro, por cierto que me costó un gran trabajo conseguir y después de leerlo pienso que sería de obligado cumplimiento de leer para quien se quiera acercar a la historia de esa época. "Por qué perdimos la guerra" de Abad de Santillan, dirigente de la FAI en Barcelona y el otro actual de Andrés Trapiello "Las armas y las letras. Literatura y guerra civil" muy denostada en algunos sectores, pero que amí me parece muy sugestiva.
82 años después
MANUEL
MARTÍN FERRAND, ABC 14/04/13
· El mal uso que se
ha hecho de la Constitución vigente sirve de catalizador a una pulsión de
rebeldía.
Hoy se cumplen ochenta
y dos años desde la proclamación de la II República, una de las muchas ocasiones perdidas por los
españoles en su larga y siempre convulsa peripecia histórica. Vista en su conjunto y en sus
resultados, fue una calamidad política, una catástrofe económica y la
materialización de una ruptura social que, para nuestra desgracia, no se ha
recompuesto todavía. A pesar de ello, esa República tiene sus
nostálgicos. Buena parte de ellos fueron fabricados durante el franquismo. Cuarenta años de negación
irracional y sañuda, según la ley del péndulo, tenían que provocar una
afirmación de parecidas características y, aprovechando que la crisis
pasa por el Estado como el Pisuerga por Valladolid, son muchos los republicanos sobrevenidos, quienes piensan
que una figura constitucional puede enmendar el PIB, aliviar la Deuda, reducir
el paro y sosegar el ardor de estómago. Holanda es una monarquía y Corea
del Norte, una república. ¿Monarquía o república? A contrario sensu, Alemania
es una república y Qatar, una monarquía. ¿República o monarquía?
La clave puede
encontrarse en el diagnóstico, para algo es médico, de Jordi Pujol: «En España no funciona nada».
Hace falta una cierta dosis de cinismo para, siendo pieza fundamental en el
fracaso funcional del Estado y en la quiebra de la Nación, convertirse en
pregonero de tan dramática frustración colectiva, pero acordémonos del porquero
de Agamenón. En España, según el catálogo del veterano nacionalista revirado al
separatismo, no funcionan el Tribunal Constitucional, los partidos políticos,
las Cortes, el Banco de España, el Tribunal Supremo ni las Autonomías. Eso es
desgraciadamente cierto y todos,
menos Pujol y cuanto él significa y aglutina, debiéramos lamentarlo. Si uno
solo de los epígrafes de su lista funcionara adecuadamente hace ya tiempo que
el aquelarre catalán hubiera sido desbaratado por la ley y los acontecimientos.
Ahora, ochenta y dos
años después de la República y «tras la guerra, la posguerra y la pertinaz
sequía», como le gustaba decir a Francisco Franco, el republicanismo emergente, ¿añora un pasado
lamentable o condena un presente decepcionante? El mal uso que se ha
hecho de la Constitución vigente y el desvarío imperante en muchas de las
instituciones del Estado —demasiadas y costosas— sirven de catalizador a una pulsión de rebeldía que invita a
buscar lo contrario de lo que se tiene y, por bueno que fuere —que no lo es
tanto—, a rechazar la realidad presente. Esos juegos de salón político,
lejanos de la demanda social y meramente endogámicos y ombliguistas, resultan
indignantes cuando son millones los ciudadanos que, en el marco de la pobreza,
carecen de lo fundamental. Verdaderamente,
en España no funciona nada. Ni la protesta cívica.
MANUEL
MARTÍN FERRAND, ABC 14/04/13
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